Foto de un servidor
METAMORFOSIS DE LA CEREZA
Y es que lo blanco acabará en granate,
en néctar puro que cualquier jilguero
arrancará de cuajo.
Así actúa el tiempo,
pasas del blanco al rojo más profundo,
y de pronto a tu lado ronda un pájaro.
Blog de poesía
Foto de un servidor
METAMORFOSIS DE LA CEREZA
Y es que lo blanco acabará en granate,
en néctar puro que cualquier jilguero
arrancará de cuajo.
Así actúa el tiempo,
pasas del blanco al rojo más profundo,
y de pronto a tu lado ronda un pájaro.
PROMESAS
LLEGAMOS a la orilla.
Buscamos su presencia
en la barca,
el vuelo de su manto.
Dicen
que ha sanado a leprosos,
resucitado a muertos
y prometido el cielo a sus amigos.
Pero la competencia es grande.
Y más en estos tiempos
de Streaming.
Al final,
cambiamos el desierto por el móvil.
Y nos llueven promesas
de este siglo:
cero por ciento de
materia grasa,
abierto los domingos,
wifi gratis…
LOS PILARES DE LA TIERRA
NO es la fuerza del hierro
lo que aguanta
la cúpula del mundo.
ni el ingenio redondo
de la rueda
lo que impulsa su marcha.
por debajo del hierro y de la rueda,
en la raíz del día,
arde la sed
de las palabras necesarias:
Gracias. Perdóname. Te
quiero.
De “Carne trémula”
Libros canto y cuento, 2022.
(a una encina
ardiendo)
DERROTADA de luz, como un guerrero
al que tan sólo el tiempo ha derrotado,
cae al fin como un cuerpo al infinito
fragor de su penúltima batalla.
Y es un cadáver vivo que aún conserva
la mansedumbre triste de los seres
destinados al fuego, la nobleza
de haber visto en sus ojos tanto cielo.
Derrotado su afán, al fin, su cuerpo
será dios en la hoguera más humilde
y alzará en su agonía una plegaria
con que arrojar la luz que tantos años
atesoró su carne: grito eterno
que hará voz del silencio, como un coro
en el viento solemne de la noche.
Y al incendio de todos sus recuerdos
acudirán las bocas de otros cantos,
acudirán los nombres que ya nadie
pronunciará por ella. Y esta guerra
será al fin su victoria más temida,
será su vuelo manco hasta la tierra
donde ya duermen todas sus raíces.
Todo lo asume el fuego y su ceniza
será fría en el mármol de su tumba
como esa noche gris que ha consumido
toda su luz ardiendo con su cuerpo.
Todo lo asume el fuego y lo consagra,
todo lo purifica y en el humo
su luz de nuevo buscará otra sombra
que habitar en silencio, otra morada
donde dioses antiguos ya la aguardan.
de “El triunfo de los días” Ediciones Rialp, 2002
RAZONES
Si tengo que nombrarlas éstas son:
el olor que desprende la retama;
mas qué decir del higo por septiembre
a punto de estallar de tan maduro.
Si tengo inventariadas mis razones
es porque encuentro en ellas equilibrio;
me ofrecen un propósito valiente,
me muestran el camino más auténtico.
En ellas me sostengo. En sus pilares.
Entiendo que merece ser nombrado
todo cuanto contenga fundamento:
la luz del fondo apenas encendida;
el nombre verdadero de las cosas;
lo que tiene apariencia de vulgar
y, en cambio, si te acercas destella como nadie.
Mas sigo registrando mis motivos:
se encuentran esparcidos por las sendas;
adornan los caminos y los nutren;
allanan sobre todo los bancales.
¿Qué hace sino un rastrojo sino eso?
Tratar el polvo y para sí guardarlo.
Dejar que el sol requeme alrededor
y no importarle pues está a resguardo
de todo cuanto dañe o manifieste daño.
Los busco y los encuentro en los zarzales
y, cómo no, repechos, cómo no
voy a encontrar motivos en vosotros;
los hay más que de sobra en vuestras tierras
desiguales, tan yermas y tan áridas;
en vuestros suelos pobres, sin nutrientes;
en vuestra sed que no es saciada nunca.
En la humildad de quien sin arrogancia
muestra su cofre está el motivo, ahí,
en el sobrio aposento sin estruendo
y, ¿en dónde más?, ¿en dónde encontraré
nuevas razones si el poema está
ya terminado?
SUPÓN que estás en una playa virgen
de arena blanca, azul
turquesa el agua.
Te encuentras a la sombra.
A donde mires ves
la luz que se entrevera tras las nubes.
Por suponer, supón que en este sitio
no hay nadie que presencie lo que tú,
que sigues admirando esta acuarela.
Supón que tu mirada siempre ávida
de signos interiores
se fije en lo concreto,
en algo nebuloso sucediéndose
de dentro de las aguas, y te fijas
entonces en sus formas de sirena,
que te llama, que insiste en su reclamo.
Supón, así, que aceptas su insistencia
sabiendo del peligro de estas aguas,
y vas, y mientras vas
las aguas se te cierran engulléndote
y tú no te resistes pues bien sabes
que es todo un suponer.
Entonces coges un papel y un lápiz
y esa suposición la plasmas íntegra
en un poema que ha nacido en tanto
mirabas más allá del horizonte,
ese mundo interior
que surge tras buscar en los confines
las cosas que descansan sosegadas
en lo recóndito, en lo que es secreto.
LA ZARZA ARDIENTE
Como en aquel principio,
cuando creía yo -tan joven era-
que todo comenzaba y acababa;
igual que entonces,
tan sólo cabe hablar acerca de este fuego,
acerca de esta hoguera inagotable
en cuya combustión todas las vidas
-cada nombre añadido,
cada nueva existencia-
vienen a ser carbones,
misteriosa resina,
ramas partidas, leves,
cortos, exiguos trozos de madera.
No existe, no conozco, nunca he visto
mayor verdad que el brillo sin pausa de esta lumbre.
Tan sólo importa el fuego,
este fuego voraz
donde arde el día,
que calcina las noches
lo mismo que sus seres y las olas
y el oído que ahora, en este instante, las escucha.
Porque después de tanto, consumida
la mayor parte de mis horas,
noto con claridad que me hallo ardiendo
en esta llamarada,
que soy crepitación,
arte y parte del fuego inextinguible,
pues yo también sin duda soy de fuego,
y todo cuanto digo,
cuanto he querido ser en este mundo,
mis actos redentores, mis palabras
-que nunca fueron mías-,
la conciencia,
el amor que me lava, los afectos,
todo ha sido carbón, tributo y dádiva,
la suma de una llama
en este gran incendio.
De “Lo inesperado” Editorial Renacimiento, 2022
que corté del naranjo,
aún perfuma.
Al recoger
la camelia del suelo,
se deshojó.
Mientras mis ojos
contemplan el sereno
vaivén del mar,
siento otro mar que rompe
con furia en mi interior.
De "Amiga de la calma". Editorial Polibea, 2021
MI ÚNICA CERTEZA
ME podré equivocar en fechas, en augurios,
en los nombres de plantas que engalanan mi patio;
en aquellos lugares que casi no recuerdo
pero que siguen siendo bellos en mi memoria;
en cuestiones diversas que me surgen de pronto
e intento resolver de la mejor manera,
en un sinfín de cosas en fin, y en si me doy
lo suficientemente como para sentirme bien;
sin embargo, convengo en que no yerro nunca
cuando escucho al silencio y me dejo llevar
de sus sutiles toques de sus corazonadas,
de esa ansia continua con que acojo el deseo
de no perder jamás mi afán contemplativo.
LA VERDAD DE ESTE MUNDO
PORQUE un simple detalle justifica
la verdad de este mundo, nada quiero
sino seguir así fiel a lo nimio,
a la palpitación de lo diario,
a dejarme llevar por la costumbre
de una vida normal, igual que siempre.
Que nada, sino hendirme en la materia,
deseo más, ni nada se me hace
más propio que este ver cómo la vida
me impele a darme a las pequeñas cosas,
a su respiración sencilla y frágil,
a su necesidad; darme de lleno
a tantas poquedades: mi grandeza.
De “En estado de gracia”. Editorial Renacimiento,
2021
EL CIPRÉS
EN cuanto las campanas de la iglesia
repiquen al compás de un corazón
que se nos fue -aunque su latido exiguo
persista en un bombeo infructuoso-,
sabrá el ciprés que en un instante apenas
un deambular de almas apagadas
vendrá arrastrando a paso corto y lánguido,
en susurros, sus cuerpos fatigosos
por la senda que llega al cementerio.
Hará un receso el séquito a los pies
del árbol servicial que, dócilmente
y atento al sentimiento colectivo,
inclinará su tronco, honrará al cortejo,
mostrando así su más sentido pésame.
Pero no mira nadie a este ciprés.
Pasan de largo. Piensan en sus cosas.
Es tal vez miedo más que reverencia
la marcha cadenciosa de la gente
parapetada tras el frío féretro.
Qué culpa tengo yo, murmuran todos.
Socavan cada tarde las campanas
la hondura del vació que la muerte
deja en los vivos. Siempre resonando.
Es como el retumbar de una cadencia
que no termina nunca. Es un suplicio.
Cuando la comitiva pasa justo
delante de su persistente sombra
dice el ciprés bien claro, a su manera:
tranquilos, no sufráis
por el muerto;
custodio este lugar,
soy su guardián
y os digo que no hay
noche que no escuche
entretenidas charlas,
chistes, risas
tras esos muros que os
parecen lúgubres.
Pero no atiende nadie a este ciprés.
Absortos como están siguen su marcha
sin levantar la vista más allá
del polvo que sus peregrinos pies
levantan al andar ensimismados.
LA MERA POSIBILIDAD
ES bello y a la vez mira que es triste
contemplar la negrura de la noche
desde esta playa cuya orilla siento.
Ni un ápice de brisa me acompaña.
Es este agosto y desde este mar calmo,
es el calor que cubre de ceniza
cualquier atisbo de expresión sincera
lo que en verdad embellece este lugar.
Qué hermoso es y mira
que es triste estar aquí,
como esperando
a que algo suceda,
y no sucede nada.
Tan solo mi presencia rompe el óleo.
Qué bella es esta espera y a la vez
mira que es triste
la vaga expectativa
del acontecimiento.
Todo de otra manera
Porque Dios resulta tan claro que nada
nos explica,
porque saberlo todo supone no aclarar nada;
por todo ello, las causas del sufrimiento simplemente se
desconocen,
y tan evidente se vuelve su sinrazón, que han de ser por
entero genuinas
todas esas lágrimas que, cual lechones, corretean por los
rostros.
Porque los amores son tan hermosos que siempre resultan
imposibles,
a pesar de las cartas de siempre y de los susurros vertidos
sobre la página en blanco,
a pesar de los encuentros que conducen sucesivamente a lo
desconocido,
a pesar de la felicidad que de improviso se relame como un
ternero,
a pesar de esa muerte tan puntual que siempre llega a
destiempo,
aunque ya se sabe que es la muerte la que salva al amor de
morir.
Y restan aún las viejas cancelas que se abren a todas partes
y a ninguna,
junto a las cuales en alguna ocasión esperaste lo que
finalmente no vino:
el perdiguero que quería ofrecerte su pata para siempre,
la mariquita que anunciaba que al final no habrá guerra.
Pero Dios lo conoce todo mejor que nadie, es decir, de otro
modo,
y si en ocasiones satisface nuestros ruegos, es sólo para avergonzarnos.
de “Antología poética” Ediciones Rialp, 2009
LA FLOR PÚRPURA
ASOMADA al abismo, una flor púrpura
crece inocente, solitaria,
ajena a la dureza de las rocas,
a la ardiente aridez que la rodea.
Centellea en sus pétalos el sol
y febriles insectos sobrevuelan
la espléndida corola, ese rostro infantil
que tímido se inclina.
Tan pequeña y humilde y, sin embargo,
al fondo del abismo, el poderoso mar,
tendiéndose en sus pies,
con su elevado canto la acompaña.
de “Falsa primavera”, 2021. Editorial
Libros Canto y Cuento.
LA FIESTA
(Primavera
de 1408)
QUE seas siempre para mí como el rocío,
como los lirios del campo, como los árboles silvestres.
Que en mi boca seas siempre
más dulce que el fruto de la higuera.
Porque antes de verte
yo era una voz que clamaba en el desierto:
¿de dónde vendrá mi auxilio?
Mis días eran como los del caracol que se desliza y pasa.
Mis días eran esfuerzo y tristeza.
Antes de verte
yo alzaba los ojos a las montañas y gritaba:
¿dónde estoy?
Entonces llegaste como llega puntualmente
la lluvia que riega el suelo,
la nieve que cubre los campos de Rusia.
Que en mi vida seas siempre
vapor que sube de la tierra,
mano que esparce la semilla,
aguacero.
de “Andréi Rubliov”. Ediciones Rialp, 2020
MUDANZA
A fuerza de mudarme he aprendido a no pegar los muebles a los muros, a no clavar muy hondo, a atornillar solo lo justo He aprendido a respetar las huellas de los viejos inquilinos: un clavo, una moldura, una pequeña ménsula, que dejó en su lugar aunque me estorben. Algunas manchas las heredo sin limpiarlas, entro en la nueva casa tratando de entender, es más, viendo por dónde habré de irme. Dejo que la mudanza se disuelva como una fiebre, como una costra que se cae, no quiero hacer ruido. Porque los viejos inquilinos nunca mueren. Cuando nos vamos, cuando dejamos otra vez los muros como los tuvimos, siempre queda algún clavo de ellos en un rincón o un estropicio que no supimos resolver. CORTEZA De niño me gustaba desprenderla, limpiar el tronco, dejar al descubierto la verde urgencia de otra capa, sentir abajo de los dedos la rectitud del árbol, sentirlo atareado allá en lo alto, en otro mundo, indiferente a mis mordiscos, capaz de sostenerse sin corteza, capaz de reponerse de cualquier ofensa. De “Ventanas encendidas” Editorial Visor, 2012
|
Cuando llega de pronto, la verdad sea dicha,
suelo estar distraído en asuntos menores.
Si es de noche, ajustándole cuentas al títere
del miedo. Si me roza la nuca, por ejemplo,
cuando riego las plantas, recién nacida el alba,
la cosa es más sencilla: sé que no habrá manera.
Quiero decir que sabe que tendré que rendirme.
Si me habla al oído ya no puedo hacer nada,
seguir sus instrucciones, tomarla por el talle
para iniciar el baile. Veo que va descalza.
Se lo digo en voz baja: me da miedo pisarte.
Su carcajada estalla como el mar en las rocas
y sé perfectamente que entonces, como siempre,
me llevará en volandas, será lo que ella quiera.
A LA SOMBRA DEL ÁRBOL
No dejes de
alegrarte cuando veas que una hoja
se desprende del
árbol: parece que está muerta
pero baila en el
aire, deja espacio a la vida
que bullirá de
nuevo en la savia que duerme.
Todo tiene sentido:
descubre la belleza
que alimenta los
sueños de los que ahora pasan
a tu lado,
confusos, persiguiendo una sombra.
La huella siempre
nueva de lo que nunca muere.
Apóyate en el
tronco, que tu cuerpo se adapte
a la luz del
milagro que se filtra en las ramas.
Absorbe el paraíso.
Contempla el movimiento
de todo lo que vive
y respira despacio
la música del mundo de la que formas parte.
de “Lugar de las hogueras”, 2020. Editorial Aflera